Reseña: Uno muere cuando nadie te recuerda
En la imagen que acompaña la portada del libro parece el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky remando en las aguas del río de La Plata junto a su hermano Fernando, también va su hermana, que sonríe más atrás en la embarcación. “¿Quién no anduvo en bote con su hermano en alguna vacación?”, se pregunta Francisco Mouat, y de ese modo relaciona esta fotografía con una época de inocencia, tal como cualquiera de nosotros en la niñez.
Sin embargo, esta foto guarda una verdad terrible: el hermano de Marcelo Brodsky es uno de los detenidos desaparecidos de la dictadura militar argentina de Jorge Rafael Videla. He allí la elocuencia que destaca este retrato por sobre los demás. “Los que fueron muertos eran en un momento iguales a ti, a ti y a ti. En su infancia subían cerros, jugaban a las muñecas y les gustaba bañarse en una piscina. Cuando podían se encaramaban a un árbol”.
Por eso, no hay que olvidarlos. Y ello es lo que se propone Francisco Mouat en “Algunos adioses” (Editorial Lolita), una serie de crónicas breves que tienden hilos hacia diversos personajes a fin de mantener su recuerdo. De ellos, el texto más extenso se refiere al penquista Américo Grunwald, fallecido en octubre pasado. Se trata de una larga conversación que en 2005 mantuvo el autor con el sobreviviente de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. “Habíamos pactado semanas atrás una entrevista – confidencia Mouat –. El hombre, de 82 años de edad, estaba en cama, ligeramente resfriado, pero no tuvo inconveniente en que igual nos reuniéramos a conversar en su dormitorio”. A veces los visitaba Irene, la esposa, muy atenta a evitar una fatiga de Américo Grunwald, quien le comenta al autor que después de haber escapado de los campos de la muerte se propuso como terapia hacer reír al menos una vez al día a alguien, “él asegura que lo ha logrado, y yo lo miro reír y le creo, cómo no, si estamos riéndonos de buena gana en su casa a pesar de Auschwitz y los fantasmas del recuerdo”.
Es notable la habilidad de Francisco Mouat para comunicarse con las personas a las que alude, aun cuando no las haya conocido porque han muerto hace años. Es el caso del maestro chileno Jorge Peña Hen, renombrado director de la orquesta sinfónica infantil y ejecutado político tras el golpe militar: “de vivir hoy, Jorge tendría apenas un año más que mi padre, puesto que nació en 1928. Yo tengo 46 cuando escribo estas líneas y a él lo acribillaron a balazos, totalmente indefenso, cuando tenía 45”.
La crónica de Mouat posee el inconfundible sello de la intimidad que busca con cada una de las personas aludidas, y que luego transmite al lector. Las páginas de “Algunos adioses” se tornan en un muro contra el olvido, que puede ser la peor de las condenas humanas: “cuando dejamos de nombrar, se impone la materialidad del olvido, que es además el escenario en que nos defendemos del exceso de realidad”.
En 2001 Francisco Mouat publicó “El empampado Riquelme”, acerca de la desaparición y hallazgo después de 43 años de Julio Riquelme Ramírez en el desierto del norte chileno. Ahora, en “Algunos adioses”, le dedica unas líneas al que puede ser el más ilustre de los personajes que reviven en sus crónicas: “el libro que escribí para contar la historia fue mi manera de fijar en la memoria su nombre y que no se lo devorara tan rápidamente la soledad del desierto”.
La cantera de Mouat es la memoria, allí trabaja de manera obsesiva y registra las vidas en una especie de periodismo ya entregado definitivamente al manto de la literatura, quizás influenciado por sus vastas lecturas y su universo, que es como una biblioteca. “Algunos adioses” se lee con melancolía, y a ratos se siente algo apretado el pecho, pero funciona como una pequeña droga contra el olvido: “uno deja de vivir cuando ya nadie te recuerda. Ese es el momento exacto de tu muerte definitiva”.
Tito Matamala
Diario El Sur de Concepción
23 de enero de 2011