Reseña: Mouat el distraído, Diego Zuñiga
“Calendario (2008-2011)” es el último libro del chileno Francisco Mouat. Un diario de vida en el que anota sus lecturas, sus reflexiones, sus recuerdos y su lucha contra el olvido.
Hay un momento en que escritura y lectura se confundieron para siempre en la obra de Francisco Mouat. Pasaba en “El empampado Riquelme”, pasaba en casi todas las recopilaciones de sus crónicas y columnas que ha hecho en estos años, y también pasa en “Calendario (2008-2011)” (Lolita editores), una especie de diario de vida en el que Mouat va dejando anotaciones, historias, reflexiones o, simplemente, fragmentos de sus lecturas: un poema de Wislawa Szymborska, alguna prosa apátrida de Julio Ramón Ribeyro, algún fragmento de “Manual del distraído”, de Alejandro Rossi.
Son las señales de un lector, pero también de alguien que entiende que la literatura –la verdadera literatura- siempre está vinculada a la vida; que uno es, como escribió Sergio Pitol –otro de los admirados y citados por Mouat- la suma de lo que lee, de lo que vio, de lo que escuchó, además de lo que vivió.
Mouat, como pocos autores chilenos, ha decidido trazar su obra por esa línea, por la de los escritores que primero leen y luego escriben. En este sentido, “Calendario (2008-2011)” presenta las huellas de esas lecturas, pero también de alguien que aún no deja de tener curiosidad por las personas, por las historias mínimas, por lo que pareciera estar destinado al olvido.
De eso habla la obra de Mouat: de las cosas que la gente olvida, de las historias que sólo tienen un par de líneas en el diario y que casi todos pasan por alto, de los amigos que aparecen y desaparecen de nuestras vidas. Son sus obsesiones: la memoria y los autores que trabajan con ésta: Merino, Teillier, Ribeyro, Millán, Ginzburg, Lispector, Canetti.
“Soy un privilegiado: puedo contar pequeñas historias que parecen bocetos, elegir uno a uno los materiales con los cuales construir estas narraciones que con suerte aspiran a ser como el canto de un pájaro perdido en un bosque milenario y frondoso”, anota en este diario que tampoco obvia lo que sucede mientras se escribe: está el tema de los mineros, está, por supuesto, el terremoto de febrero, están esas historias que todos conocemos pero siempre miradas desde un costado, evitando las obviedades, deteniéndose en aquellos detalles que le han dado singularidad a su estilo: Es la mirada, es la prosa que fluye dando la sensación de que escribir es lo más fácil del mundo, es el tono pausado, melancólico, pero que no deja de asombrarse. Es el entusiasmo, también.
Puede ser la historia de su perra Lolita, puede ser el reencuentro con un amigo, puede ser una de las sesiones de su taller literario: Mouat trabaja con todos los materiales posibles y les otorga sentido, genera conexiones, recuerda, sobre todo recuerda una y otra vez, mientras la muerte aparece y desaparece.
Cuenta Mouat, al final de “Calendario (2008-2011)”, que Alejandro Rossi anota al comienzo de “Manual del distraído”: “Ensayos canónicos y ensayos que se parecen a una narración, narraciones ensayísticas y narraciones cuyo único afán es contar una pequeña historia. Reflexiones brevísimas, confesiones rápidas y recuerdos. Un libro que huye de los rigores didácticos y que fervorosamente cree en los sustantivos, en los verbos y en el ritmo de las frases. Un libro que expresa mi gusto por el juego, por la moral, por la amistad y, sobre todo, por la literatura”. Son las palabras de Rossi que también podrían encabezar, sin duda, este último libro de Francisco Mouat.
Diego Zúñiga
Rolling Stone