Reseña: La recuperación de un cronista imaginativo y vivaz
Daniel de la Vega, recuperación de un cronista imaginativo y vivaz
En La invención de la crónica (2005), la periodista y doctora en literatura Susana Rotker aclara dos equívocos que, a su juicio, han rodeado al género: primero, que el periodismo y la ficción son dos escrituras distintas; segundo, que el puente inicial que las unió fue el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer. Falso, dice Rotker. La crónica es el matrimonio de ambos géneros y nació en el paso del siglo XIX al XX, de la pluma de modernistas latinoamericanos como Rubén Darío, Gutiérrez Nájera o José Martí.
Audaz hipótesis, pero convincente también en nuestra literatura. Chile tiene una rica tradición cronística desde Jotabeche a Joaquín Edwards Bello y Jenaro Prieto, en la que se inserta -algo más postergada- la obra de Daniel de la Vega (1892-1971).
Prolífico en extremo, De la Vega confesaba escribir desde los siete años. A los 14 ya era un “periodista terrible” que ventilaba la vida íntima de los habitantes de su natal Quilpué. A los 20 comienza a trabajar en el periódico La Mañana, de Santiago, hasta su cierre en 1916, descrito en la desopilante crónica “Sin miedo ni favores”, lema de esa publicación que terminó en la quiebra. Según narra el articulista, cuando lo nombraron redactor cablegráfico, muchas veces tuvo que “recurrir a la imaginación” para explicar los movimientos de los ejércitos participantes en la Primera Guerra, pues la agencia de noticias había reducido las informaciones al mínimo ante la falta de pago.
En la última época de La Mañana, recuerda el autor, aparecieron en las oficinas unos hombres de aspecto patibulario y sobretodos raídos que trabajaban gratis y dormían en las noches sobre un sofá. “¡Son los monstruos de la derrota!”, decían todos. El escritor Edgardo Garrido Merino aseguraba que se comieron a un reportero llamado Fernández, “muy buen muchacho y bastante gordo”, que desapareció de un día para otro.
Luego de esta prueba de fuego, vendría la ascendente carrera de Daniel de la Vega en Zig-Zag, El Mercurio y Las Últimas Noticias, donde publicó el grueso de su obra periodística, recopilada en los cuatro tomos de sus Confesiones imperdonables . A partir de ellos, Francisco Mouat y Cristián Guerra hicieron esta contundente antología en la que, entre tantos excéntricos y soñadores del pasado, aparece el tatarabuelo del primero: Juan Mouat, relojero escocés y astrónomo amateur radicado en Valparaíso, blanco frecuente de las pullas de los comerciantes del Almendral: “¿Ha descubierto alguna estrella, don Juan?”.
El teatro, vicio invencible
Daniel de la Vega domina con destreza todos los registros: cómico, trágico, melodramático. Conoce al dedillo la bohemia santiaguina y escribe la elegía de su desaparición, que coincide con la llegada del cine y el fin de los “espectadores ingenuos” de teatro, como observa agudamente en “Fuga en la noche”. En sus recuerdos sobreviven personajes que hacían de la vida una continua acción de arte. Entre ellos, un español quitado de bulla que en los momentos más inesperados engullía, con la naturalidad de un faquir, crisantemos, anteojos y anillos. ¡Con qué apetito comen los protagonistas de estas crónicas!
En otro artículo, Daniel de la Vega relata una persecución chaplinesca por San Diego: verdadera performance callejera avant la lettre . Una de las tantas bromas pesadas que se gastaban los actores de esos años, intensos hasta la temeridad, como el rapto de celos que llevó a Libertad Lamarque a arrojarse por un balcón de la calle San Antonio, despechada por un amante cojo.
“El teatro por dentro atrae como un vicio invencible”, reconoce De la Vega, amigo de la farándula y autor él mismo de varias comedias y dramas olvidados.
En una veta más naturalista, sabe describir, como pocos narradores chilenos, la miseria, el hambre y el fracaso. “Cuatro camaradas” es, en este sentido, un cuento rotundo. Tal como “Llamarada” -que ofrece cierto parecido a “El vaso de leche”, de Manuel Rojas-, es una fiel instantánea de las expectativas de redención que desató en los sectores populares el triunfo de Arturo Alessandri en la elección de 1920. Logrados ejercicios de recreación histórica son, asimismo, “La Posada Chilena”, sobre la sargento Candelaria, y las conmovedoras semblanzas de O’Higgins niño y adolescente, provistas de significativos detalles, seguramente inventados.
La demostración perfecta, en suma, de que la crónica moderna nace del encuentro de la ficción con el periodismo. No en vano Daniel de la Vega ha sido el único escritor chileno que ganó los premios nacionales de Literatura (1953), Teatro y Periodismo (1962)
Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio
26 de Agosto de 2012