Reseña: Los culpables, Juan Villoro
A José Donoso, a quien tanto le obsesionaron -entre otras cosas- los premios, de seguro estaría contento con los ganadores del que lleva su nombre. Los premiados, desde José Emilio Pacheco (2001) en adelante, son escritores indiscutibles del horizonte literario hispanoamericano. Las relaciones de prestigio son mutuas: ellos realzan el premio tanto como éste los honra a ellos.
Lo mismo ocurre con el último premiado, el mexicano Juan Villoro, narrador, cronista, traductor, ensayista, más una extensa lista de aficiones que van desde el rock al fútbol y quien, además, ha tenido una larga vinculación con Chile, de la que no han estado ausentes los viajes y las publicaciones. La última de ellas es el conjunto de cuentos “Los culpables” (Lolita, 2012); y en 2010 vino a Santiago para asistir a un congreso de literatura infantil que coincidió con el terremoto del 27 de febrero.
¿Algún temor tras su última visita?
“Les debo mi supervivencia a los arquitectos y albañiles chilenos. En ningún otro sitio me siento más seguro”.
Katharine Hepburn decía que los premios no le interesaban, que su premio era su trabajo. De seguro que no está de acuerdo…
“El mejor premio para un escritor es una hoja en blanco. Una vez que las hojas están llenas, toda recompensa adicional es excelente”.
De verdad, ¿José Donoso era divertido?
“Era divertidísimo. Podía elevar el chisme a la categoría de novela victoriana y utilizaba su hipocondría con gran picardía, para salirse con la suya en momentos críticos. Su ironía era tan elevada que costaba trabajo ofenderse con ella. A una amiga le dijo: ‘Antes guardabas silencio de un modo agresivo. Ahora me recuerdas el verso de Neruda: cuando callas estás como ausente. Has mejorado mucho’”.
¿Es auténtica la frase que un personaje de “Los culpables” atribuye a Burroughs: “los mexicanos sólo matan a sus amigos”?
“Sí. Está en una carta que le escribió a Jack Kerouac, para convencerlo de ir a México. Kerouac tenía miedo de ir a un país demasiado violento. Para tranquilizarlo, Burroughs hizo esa maravillosa defensa de nuestra hospitalidad: ‘No te preocupes, los mexicanos sólo matan a sus amigos’”.
Pero él resultó más letal.
“Sí, Burroughs mató a su esposa, ‘jugando’ a imitar a Guillermo Tell. Estuvo poco tiempo detenido, porque su abogado, Bernabé Jurado, sobornó a todo el mundo para que siguiera libre. México le pareció el paraíso de la impunidad y años después escribió un texto sobre ese ‘abogángster’ bajo el título de ‘Mi personaje inolvidable’. No conocí a Burroughs, pero hablé con él por teléfono y volvió a hablar de Jurado. Luego dijo la única frase que recordaba en español: ‘¡Vámonos, cabrones!’”.
¿Es cierto que usted le cae bien a todo el mundo?
“Ese juicio me parece un poco prematuro: sólo los muertos causan unanimidad”.
Pero a Bryce no ha de caerle en gracia.
“Lo he tratado y me parece muy simpático. Humanamente, entiendo la desesperación que lleva a alguien a plagiar. Ese asunto ya fue sancionado por un juez. Pero por desgracia, el jurado del Premio FIL lo perjudicó llevándolo a la arena pública de mi país. No estoy de acuerdo en que una universidad pública, que impide copiar a sus alumnos, le dé 150 mil dólares del erario a alguien que ha plagiado. Eso es todo. La simpatía de Bryce está al margen de ese asunto y se mantiene intacta. Aunque conviene recordar que ser simpático no es un mérito moral; puedes hacer reír como Chaplin, pero también el diablo es divertido”.
Patricio Tapia
El Mercurio