Reseña: Harina de otro costado, Juan Villoro

Reseña: Harina de otro costado, Juan Villoro

Reseña: Nuevas cosas del fútbol, Francisco Mouat

Francisco Mouat publicó Cosas del fútbol cuando tenía edad para jugar en primera división. Sabemos, por El Quijote y por tantos equipos que se derrumban después del descanso, el trabajo que cuesta que las segundas partes sean buenas. Nuevas cosas del fútbol conserva la fibra narrativa de la primera versión y agrega piezas cobradas en un safari de diez años.

Como todos los hinchas, Mouat tiene la cabeza llena de datos inservibles que se vuelven esenciales cuando animan un relato. Lo único mejor que presenciar una jugada consiste en eternizarla en las tertulias o las crónicas. No es casual que Mouat rinda tributo a los rapsodas que lo han precedido en mejorar las odiseas con adjetivos. Algunas de sus mejores páginas recuperan la voz de Diego Lucero, el maratonista que narró desde el Mundial de Uruguay, en 1930, hasta el de Estados Unidos, en 1994. Tampoco falta el guiño cómplice a las épicas que el colombiano Andrés Salcedo envasaba desde Alemania, al seguidor más elocuente del San Lorenzo de Almagro, Osvaldo Soriano, o a los heraldos populares, los pícaros del micrófono que renuevan la lengua en forma no siempre voluntaria, como el Gordo Muñoz, que pronunciaba infinitas palabras por minuto y transformaba frases hechas en aforismos surrealistas: “¡Eso es harina de otro costado!”

La crónica deportiva depende de reglas tan severas como si estuviera a las órdenes de Arrigo Sacchi. En primer lugar, no puede faltar a la verdad. El marcador y la cédula del árbitro deciden el desenlace de la historia. Sin embargo, tampoco puede limitarse a repetir los datos que toda la humanidad desayuna el lunes. El cronista decide su suerte al acercarse a los misterios del futbol, las causas secretas que lo determinan. Mouat afila sus lápices ante los enigmas y revela asombros de este calibre: el papel que la maldad desempeña en el juego, la verdadera misión de los guardalíneas, las formas que asume la felicidad postanotadora. La verdad sea dicha, el futbol está lleno de cosas que no se entienden. Por eso provoca tantos dimes y diretes, o libros tan gozosos como el de Mouat.

La jugada predilecta del autor, su tiro al ángulo, son las clasificaciones. Su rico arsenal de jugadas se ordena en tipologías subjetivas, por no decir metafísicas. Cataloga con el inventivo rigor de un teólogo medieval, a tal grado que se arriesga a definir los imponderables que pueden ocurrir en el futbol.

Como Camus, Handke y Nabokov, Mouat tiene debilidad por los porteros. Tal vez porque se trata del solitario de la cancha, el que piensa mientras los otros corren, el guardameta cautiva a los escritores. Nuevas cosas de fútbol atrapa a dos leyendas del bestiario futbolístico: Lev Yashin, la araña negra, y Hugo Orlando Gatti, el mono encantado de ser un mono.

Hay que aceptar que el fútbol también divierte por su vulgaridad. Sus máximos protagonistas son millonarios que escupen. La ironía de Mouat encuentra uno de sus mejores momentos al narrar un episodio relacionado con los genitales de Hugo Sánchez. En un partido de la liga española, el supermacho mexicano se acercó a los aficionados rivales y se tocó los cojones para que no quedara duda de la íntima opinión que tenía de ellos. Pero como Hugo es listo y en el mundo hay abogados, el gesto obsceno fue descrito en tribunales como la muy natural necesidad que los atletas tienen de “aparcarse el miembro”. Aunque nada podía salvar al delantero de la multa, el caso sirvió para mostrar los intereses y las hipocresías que el negocio pone en juego.

A veces un cronista tiene formidables auxiliares. Su prosa puede ser titubeante, pero seguimos leyendo porque ahí cabecea Pelé. Resulta más difícil encandilar cuando se desconoce a los personajes en cuestión. Raymond Chandler prefería a los lectores que apreciaban sus novelas, no por ser policiacas, sino a pesar de serlo. Nuevas cosas del fútbol también fue escrito para quienes ignoran que hubo un gol fantasma en Wembley o que la hoja seca fue patentada por Didí. Mi certeza se basa en un hecho: lo bien que Mouat escribe de héroes desconocidos para la mayoría de los lectores, como el Huaso Romo, entrañable figura de estadio y arrabal, enamorado de todos los goles y todas las mujeres que el mundo ofrecía en 1942.

Francisco Mouat debutó con un libro de fútbol cuando no se escribía tanto del tema. En los años transcurridos desde entonces, han surgido toda clase de semiólogos, sociólogos y psicoanalistas de vestidor. Estos retóricos de alta escuela recuerdan un poco a los entrenadores que prometen lluvias de goles y le piden en voz baja a sus defensas que fracturen al 9 del otro equipo. El futbol se lleva mal con las tesis de doctorado que en nombre del sentimiento lúdico matan de tedio. Mouat sabe mucho pero no cae en pecado de solemnidad. Su “Pitazo final” revela que no ha dejado de ver el juego como la tarde primigenia en que su tío lo llevó a un estadio. Como tantas pasiones meritorias, el fútbol no es otra cosa que la infancia recuperada a voluntad. Francisco Mouat regresa a esa región con los ánimos intactos.

Johan Cruyff ha dicho que un estadio debe hervir. A favor o en contra, pero debe hervir. Nuevas cosas del fútbol no es un libro para indiferentes. Trata, como dirían los clásicos, del sonido y la furia, es decir, de harina de otro costado.

Juan Villoro

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