Reseña: El credo del ateo

Reseña: El credo del ateo

Reseña: ¿Cree usted en Dios? Yo no, pero…, Agustín Squella

En los últimos años se han publicado ciertos libros que, vistos en conjunto, le otorgan a la práctica del ateísmo una serie de cualidades bastante razonables, como, por ejemplo, la de ser un método civilizado y humano para enfrentarse a la idea de Dios. Quienes han escrito al respecto con mayor gracia -autores de diferentes proveniencias y raleas- lo han hecho valiéndose de intensidades que oscilan entre la rabia y el sentido común, partiendo por aquel inolvidable exabrupto que el colombiano Fernando Vallejo le dedicó a la Iglesia Católica (La puta de Babilonia), siguiendo luego por la impecable crítica histórica que el biólogo inglés Richard Dawkins levanta en contra de un ser supremo (El espejismo de Dios), y terminando en una obra que, si bien es menor que las anteriores, no deja por ello de ser valiosa: Dios no es grandioso, del provocador profesional Christopher Hitchens.

Aunque prescinde de la oportunidad de un título llamativo como los recién mencionados, la defensa del ateísmo que acaba de publicar el abogado chileno Agustín Squella (¿Cree usted en Dios? Yo no, pero…) podría acoplarse perfectamente, esto es, sin desmerecer, en un hipotético estante de escritos relevantes dedicados al tema. Ello se debe a que el autor no predica con fanatismo (“Esta obrita no tiene la pretensión de constituir un ensayo, sino apenas un testimonio” ), a que se expresa con conocimiento de causa (¿por qué será que los mejores ateos, los más preparados para argumentar la inexistencia de Dios, casi siempre mamaron del seno de una educación católica?), y a que tras sus palabras subyacen dos sentidos: el de la sensatez y el del humor.

En cuanto a extensión, este libro efectivamente puede catalogarse de “obrita”. Pero es innegable, al mismo tiempo, que el contenido del mismo estimula la reflexión audaz sobre temas cruciales, como la importancia de fortalecer una moral secular -“o, si se prefiere, secularizada”- en nuestra sociedad. Por medio de una frase que se repite en el texto, Squella ha querido dejar en claro el siguiente punto: “Mirada desde cierto punto de vista, una moral laica es no sólo posible, sino también más meritoria que una de tipo religioso, puesto que el no creyente que cumple con la moral que ha adoptado autónomamente no cuenta para ello ni con la promesa de la salvación ni con la amenaza de la condena eterna”. En un país como el nuestro, en donde muchas decisiones importantes se siguen tomando “en nombre de Dios”, la propuesta de Squella no sólo se hace necesaria, sino que cobra insospechada urgencia.

Valiéndose de una serie de autores o pensadores que de alguna u otra forma tocan en sus escritos el tema del ateísmo (Hawking, Magris, Russell, Habermas, Eco, Dawkins, Borges, Sen, Bobbio, Millas, Vattimo, Jefferson, Franklin), Agustín Squella arma un relato que pende, por un extremo, de la experiencia personal y, por el otro, de un anhelo civil y a todas luces inteligente: el de otorgarles valor y respeto a sus postulados en un universo dominado por los crédulos. “No sólo mi mujer [igualmente atea que el autor], sino también mis amigos, especialmente si son creyentes, se sorprenden, y hasta se divierten a mi costa, diciendo que no conocen a otro no creyente que tan a menudo ponga el tema de Dios sobre la mesa”. ¿Otro incrédulo que no puede vivir sin la figura del ser supremo sobre el hombre derecho? Claro que no. Squella sabe perfectamente aquello de que “Dios es una idea demasiado importante para dejarla sólo en manos de los creyentes”, y así lo expresa en la última frase de este libro iluminador.

Juan Manuel Vial

La Tercera

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