Uno de los escritores contemporáneos que más admiro es el inglés John Berger. El último 2 de enero murió en el pueblo francés donde vivía. Tenía 90 años de edad y casi una veintena de libros publicados. Cada vez que puedo, vuelvo a sus textos una y otra vez para no perder la costumbre de encontrarme con su inteligencia, lucidez, sensibilidad y sobre todo originalidad. En uno de sus libros, Aquí nos vemos, hay una frase solitaria en el medio de una página que sirve para entender mejor su arte: «El número de vidas que entran en la vida de uno es incalculable».
Berger puede escribir un libro sobre el pintor Pablo Picasso, y otro sobre un anónimo médico rural que dedica sus mejores energías a recorrer el campo intentando curar enfermos. Otro de sus libros, de ensayos breves, se llama Cada vez que decimos adiós y allí caben desde reflexiones sobre la pintura de Renoir y Rembrandt hasta lúcidas observaciones sobre la fotografía y párrafos implacables sobre nuestra aplaudida y celebrada cultura capitalista: «La pobreza de nuestro siglo es incomparable con ninguna otra. No es, como lo fuera alguna vez, el resultado natural de la escasez, sino de un conjunto de prioridades impuestas por los ricos al resto del mundo. De allí que no hay piedad para los pobres de hoy -en todo caso solo piedad individual-, sino que se les da por perdidos como si se tratara de desechos».
Berger a los 16 años dejó la escuela y partió a Londres a estudiar arte: quería dibujar mujeres desnudas todo el día. No es mucho lo que he leído sobre artes plásticas en mi vida, pero pocos escritores son más precisos para acercarnos al valor de la fotografía: «La excitación que produce la fotografía deriva de una carga de memoria. Este efecto se hace evidente cuando se trata de una foto de alguien que conocimos alguna vez. Una casa en la que vivimos. Nuestra madre cuando era joven. La forma precisa en que se derrite la nieve».
El número de vidas que entran en la vida de uno es incalculable, escribió Berger una vez, enseñándonos de esa forma a dejarnos tocar por los otros, a permitir que otras personas nos habiten.
John Berger vivió los últimos años de su vida en un pequeño pueblo francés, donde fue enterrado el sábado 7 de enero al mediodía. Nunca dejó de pensar y sentir que lo que el arte ofrece es esperanza. No es una reflexión inocente, la de Berger. Es la reflexión de un artista que siempre entendió que el escritor debe estar informado al máximo sobre aquello que escribe «en un mundo donde miles de personas mueren a cada hora por obra de la política».
