El hombre semen, de Violette Ailhaud

El hombre semen, de Violette Ailhaud

En el prefacio de El hombre semen (Edicola) -fechado el 19 de junio de 1919-, Violette Ailhaud, de 84 años de edad, cuenta que se decidió a escribir esta historia, que es su historia y la de las  mujeres que habitaban Le Saule Mort, una aldea en los Alpes de la Alta Provenza, cuando por segunda vez en menos de setenta años su pueblo se había quedado sin hombres debido a las guerras. Sin hombres, que es lo mismo que decir sin semillas para sembrar la tierra fértil.

En este precioso y breve libro, profundo como una fosa marina, Violette Ailhaud, en ese entonces de dieciséis años, nos cuenta qué sintieron sus cuerpos de mujeres jóvenes ante la ausencia de hombres y qué pacto hicieron entre ellas esperando la llegada de uno.

Veo en esta mujer del siglo XIX la misma urgencia que sentía yo cuando era una mujer joven y llena de vida. Quisiera hoy haber escrito algo bello, a la altura de este libro, pero no pude. Quisiera haber reconocido que los hombres para las mujeres son exactamente lo dicho por Violette, pero dado el triste y no tan poco común final, me acordé de un libro que leí hace mucho tiempo atrás que se llama El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta, del biólogo evolucionista Richard Dawkins. Y entonces solo pude ver que detrás del deseo ardiente que sentimos el uno por el otro, del fuego que quema, abraza y tortura hay sólo una máquina biológica que tiene millones y millones de años de evolución y que está al servicio de la conservación de los genes. Lo que sentimos ante unos brazos fuertes que aprietan, unas manos que acarician, un aliento que envuelve, o ante los olores, la voz, y lo que hay ante, incluso, el placer que nos hace gritar, son reacciones generadas por esta máquina biológica que después de haber realizado eficientemente su trabajo, deja a las mujeres con los hijos y a los hombres listos para continuar su camino. ¿Por qué para algunos hombres es más fácil tomar sus cosas e irse y por qué nos tenemos que enamorar del hombre que nos tome en la urgencia y aguantar después el vacío que nos deja su partida?

Yo no sé de guerras, ni de pueblos sin hombres, ni de compartir hombres. Solo sé que si uno me faltara, mi máquina biológica se pondría en funcionamiento y ¡ay! sálvese quien pueda, y que la primera que tendría que ponerse a salvo sería yo misma, quien seguramente padecería las consecuencias porque la máquina biológica no tiene nada que ver con consideraciones éticas, morales ni religiosas porque cuando esta máquina se pone a trabajar, se sufre, ya sea que nos dejemos llevar por ella, ya sea que tratemos de oponerle alguna resistencia.

Mariana Toledo

Lolita el hombre semen

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