Bibliomanía
En 2006, el escritor y traductor chileno Pierre Jacomet publicó Un viaje por mi biblioteca (Catalonia), proyecto que fue concebido como una defensa de la lectura y como una guía libre para los lectores a través de la diversidad de libros que componían la biblioteca del autor. Jacomet reconoce que su viaje no es original, no tiene pretensiones eruditas, ni tampoco ofrece críticas literarias. No le interesa. Lo que busca en este texto es dirigirse «al público común desde la óptica de otro lector común». En Lolita compartimos completamente la idea que tiene Jacomet sobre el acto de leer y de sugerir libros, por eso los invitamos a conocer parte de los ejemplares que le declaran su amor a las bibliotecas, las librerías y la lectura.
Hay dos títulos que pedimos de la editorial Periférica, La librería ambulante, de Christopher Morley y Los libros son tímidos, de Giulia Alberico. Estos textos narran el encantador mundo de los libros desde dos perspectivas: el primero se ambienta en los Estados Unidos de los años 20, todavía rural pero en vías de modernización, donde un librero ambulante, Roger Mifflin, decide vender su librería sobre ruedas para dedicarse a escribir sus memorias. Siempre acompañado de su yegua y de su perro, Mifflin vuelve definitivamente a Brooklyn, pero no sin antes vender su librería a Helen McGill, quien abandona su rutina para llenarse de vida ofreciendo libros. El segundo título corresponde al testimonio de la escritora italiana Giulia Alberico, quien relata sus días de infancia junto a su madre, una profesora rural que debía trasladarse de pueblo en pueblo enseñando a los niños más desprotegidos. La historia que se va hilvanado nace de las lecturas que hace Alberico en este itinerario sin fin, descubriendo en su inocencia el libro como objeto -los mira, los huele, los toca- y también el mundo que le presentan sus páginas. Los libros son tímidos nos vuelve a conectar con ese placer de leer un libro como si fuera el único, al mismo tiempo que nos deja abierta la posibilidad de conocer otros que aún hemos leído pero que deberíamos leer.
Si de bibliotecas se trata, Historia de una biblioteca: de Platón a Nietzsche (Sudamericana), del filósofo argentino Tomás Abraham es una muestra exquisita de una experiencia lectora que se deja habitar con los ojos de la curiosidad. Abraham da cuenta de su propio recorrido intelectual, sin perder la comunicación con el lector común y silvestre. El texto está dividido en distintos apartados que funcionan como una guía por la historia de la filosofía occidental (Antigüedad, Edad Media, Tiempos Modernos I y II) y nunca como una imposición, lo que incluso nos da la libertad para hojear azarosamente el libro. Desde una mirada sensible, ágil y aguda, bibliotecas, libros, autores e ideas dialogan constantemente en cada una de las páginas.
La biblioteca secreta (Libros del Zorro Rojo), escrito por Haruki Murakami e ilustrado por Kat Menschik es un libro intenso y de tintes pesadillescos. Cuenta la historia de un joven que, como cualquier mortal, quiere devolver un préstamo bibliotecario y pedir otros libros. Esta actividad parece ser una simple rutina, pero al encontrarse cara a cara con el viejo bibliotecario, este lo conduce por estanterías que el muchacho parece no reconocer y que, finalmente, terminan por capturarlo entre sus laberínticos pasillos. Sin saber su ubicación, el protagonista siente la soledad del encierro y la biblioteca termina por convertirse en una prisión desoladora. Las ilustraciones que acompañan el relato van haciendo más palpable el agobio que siente el joven lector, lo que ha llevado a algunos críticos a considerar esta obra como una obra de corte kafkiano.
Un último libro que nos gustaría recomendar es Muerte entre líneas (Seix Barral), de Donna Leon, cuyo argumento está inspirado en una historia real: el robo de libros sumamente antiguos y valiosos de la biblioteca napolitana de Girolamini. Esta novela negra tiene como protagonista al comisario Brunetti, quien es convocado para investigar el caso de un robo de libros. Hay un sospechoso, por supuesto, un prestigioso académico y el último en consultar los libros desaparecidos. Pero cuando el comisario revisa la credencial de este sujeto, resulta que nadie figura con ese nombre. No existe. Aquí arranca la búsqueda incesante por encontrar al culpable de tan valioso delito, entre ellos a los que frecuentan la biblioteca, primero al exsacerdote Franchini y posteriormente a la condesa Morosini-Albani. Entre asesinatos, historias siniestras y el mercado negro de libros antiguos, Brunetti se da cuenta de que este caso es más complejo de lo que creía. «Los libros conducen algunas veces a la sabiduría, otras a la locura», advierte la portada de Muerte entre líneas.